
Conocido también como Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, se encuentra ubicada en el predio que antes ocupara el Castillo de San José en la zona 1 de la Ciudad Capital de Guatemala, el edificio fue diseñado por Efraín Recinos.
Un espacio para compartir un buen café acompañado de un libro como compañero de viaje...
Robert Demott*
Esta novela épica narra el angustioso éxodo de Tom Joad y su familia, expulsada de su granja en Oklahoma, por la carretera 66 que atraviesa el sudoeste estadounidense hacia lo que -equivocadamente- creen que será un futuro mejor en California.
Para muchos lectores, esta es la obra literaria que mejor refleja la época de la depresión y una suerte de “historia al revés” en relación al típico relato sobre un hombre que se vuelve rico, que tanto fascina a muchos estadounidenses.
Las uvas de la ira trata la ola de ejecuciones hipotecarias, el desplazamiento y la pérdida de empleos provocada por los desastres económicos y ambientales como una epidemia nacional.
La década de los treinta fue una de un elevadísimo índice de desempleo en EE. UU. que alcanzó el 25 por ciento en 1933, y que continuó en 19 por ciento en 1938, año en que Steinbeck situó la novela.
El escritor no dudó en atribuir parte de la culpa de estas catastróficas condiciones a los “bancos”, las “compañías” y el “estado”, es decir, a corporaciones sin alma y sin un rostro visible, organizaciones institucionales y burocráticas.
Así, la novela tiene esta cualidad furiosa, dura, pero no ofrece una respuesta práctica a la población desplazada por una economía agrícola a una industrial.
Steinbeck se sentía indignado por las deplorables condiciones en las que vivían y trabajaban los migrantes y sus familias (se estima que había al menos unos 300 mil) al llegar a California, su propio Estado.
Si lo que buscamos es poder de evocación, sentido de urgencia emocional e impacto sostenido, son pocas las novelas estadounidenses que están a la par de Las uvas de
UN CLASICO
Se suele pensar que la conversión de un libro en un clásico debe trascender su origen y permanecer intacto al paso de los años. Sin embargo, es más correcto pensar que un libro alcanza el estatus de clásico precisamente porque logra reflejar los más recientes desarrollos históricos.
Un clásico de la literatura se vincula directamente con las preocupaciones de los lectores en sucesivas eras históricas y culturales.
En ese sentido, Las uvas de la ira es una novela profética, arraigada en las tragedias económicas y medioambientales de
En momentos en los que el mundo sufre una crisis global, amenazado con una recesión severa -causada en gran parte por la ambición desmedida, los delitos fiscales y la arrogancia corporativa-, cuando distintos grupos en el planeta migran por distintas causas, cuando la brecha entre ricos y pobres parece imposible de cerrar, y cuando las expropiaciones y las ejecuciones hipotecarias aumentan en EE. UU. y otros países, es posible pensar en Las uvas de la ira como una novela contemporánea.
“SE LOS DIJE”
Pero el impacto de Steinbeck no termina allí. Durante toda su carrera -que se extendió hasta bien entrada la década de los sesenta-, Steinbeck fue un escritor de una conciencia notable que demostró un profundo respeto por las normas morales.
Él mantuvo una relación particular con EE. UU., llamando la atención sobre el materialismo, el imperialismo institucional y la ambición desmedida, productos lamentables e inevitables de una sociedad capitalista industrializada y avanzada.
Es imposible saber cómo Steinbeck hubiese reaccionado a los males que el mundo sufre hoy día, aumentados en parte por la especulación financiera sin límites y la falta de control de los gobiernos, pero, dados los resultados, él podría haber dicho “se los advertí”.
* Profesor de Literatura Estadounidense en la Universidad de Ohio y ex director del Centro de Investigaciones Steinbeck de la Universidad del Estado de San José, en California.
Enciendo la luz del baño, trato de ver la cara que tengo -que por cierto aun tienen marcas de almohada- noto una cana nueva, me digo a mi mismo, “esta no la tenía ayer”. En fin, trato de despejarme para prepararme a la espantosa y nunca agradable ducha fría, lo único que me pone de pie y me despabila totalmente. Al salir, me percato que no he entrado la toalla y reniego de mi olvido, trato de quitarme el exceso de agua, me pongo las pantuflas, que otra vez se tendrán que mojar debido a mis constantes olvidos y me enfilo hacia la puerta del patio, a traer la bendita toalla, regreso al baño para la rutina de acicalamiento diario; rasurarse, peinarse, lavarse los dientes, la colonia que nunca falta y el desodorante; enfilo al cuarto de huéspedes, el cual he convertido en cuartel general en donde tengo mis libros y donde se maquinan todas las acciones matinales, entre libros y la ropa a utilizar para ir al trabajo, lo cual tengo que disponer en ese lugar la noche anterior para no hacer ruido, no quiero despertar a la fiera.
Veo el reloj, las cinco menos cuarto, me doy cuenta de que me quedan diez minutos para cambiarme y tratar de salir a hacer la cola para tomar el bus y hacer el recorrido hasta mi lugar de trabajo, me cambio como puedo, tomo la corbata y la guardo dentro de mi maletín; amigo inseparable que me acompaña en todas mis jornadas ya sea de trabajo o de ocio, y que cumple el propósito de una bolsa para esconder mis efectos personales, valores y el o los libros que toca turno para despistar a los carteristas y otros parásitos sociales que rondan las calles y los buses; en fin, me despido de mi esposa con un beso y ella alcanza a balbucear un “te quiero y feliz día” y me marcho.
A veces pienso que esta rutina tarde o temprano me pasará la factura. Levantarme tan temprano, salir todavía oscuro y regresar igual de noche, horas de estrés y locura. Tantas horas fuera de casa y lejos de mi hogar, mi esposa, mis perros y mis pasatiempos. El consuelo de los tontos, esperar la inalcanzable jubilación, para después deprimirme por ello, por sentirme improductivo....