jueves, 12 de marzo de 2009

Un Día como Cualquiera

Son las cuatro de la mañana, me despierto con ese chirrido del despertador que he colocado convenientemente lejos de mi cama para forzosamente levantarme a apagar el infernal ruido. Cansado del trabajo del día anterior y lo poco dormido, debido a los disparos de la juerga de mi vecino la noche anterior, me dispongo a enfilarme hacia el baño. Lo hago a obscuras para no despertar a mi esposa que duerme como piedra y pienso “ojala yo pudiera dormir así”. Ella también trabaja hasta tarde en la escuela de agricultura estatal, otro calvario.

Enciendo la luz del baño, trato de ver la cara que tengo -que por cierto aun tienen marcas de almohada- noto una cana nueva, me digo a mi mismo, “esta no la tenía ayer”. En fin, trato de despejarme para prepararme a la espantosa y nunca agradable ducha fría, lo único que me pone de pie y me despabila totalmente. Al salir, me percato que no he entrado la toalla y reniego de mi olvido, trato de quitarme el exceso de agua, me pongo las pantuflas, que otra vez se tendrán que mojar debido a mis constantes olvidos y me enfilo hacia la puerta del patio, a traer la bendita toalla, regreso al baño para la rutina de acicalamiento diario; rasurarse, peinarse, lavarse los dientes, la colonia que nunca falta y el desodorante; enfilo al cuarto de huéspedes, el cual he convertido en cuartel general en donde tengo mis libros y donde se maquinan todas las acciones matinales, entre libros y la ropa a utilizar para ir al trabajo, lo cual tengo que disponer en ese lugar la noche anterior para no hacer ruido, no quiero despertar a la fiera.

Veo el reloj, las cinco menos cuarto, me doy cuenta de que me quedan diez minutos para cambiarme y tratar de salir a hacer la cola para tomar el bus y hacer el recorrido hasta mi lugar de trabajo, me cambio como puedo, tomo la corbata y la guardo dentro de mi maletín; amigo inseparable que me acompaña en todas mis jornadas ya sea de trabajo o de ocio, y que cumple el propósito de una bolsa para esconder mis efectos personales, valores y el o los libros que toca turno para despistar a los carteristas y otros parásitos sociales que rondan las calles y los buses; en fin, me despido de mi esposa con un beso y ella alcanza a balbucear un “te quiero y feliz día” y me marcho.

A veces pienso que esta rutina tarde o temprano me pasará la factura. Levantarme tan temprano, salir todavía oscuro y regresar igual de noche, horas de estrés y locura. Tantas horas fuera de casa y lejos de mi hogar, mi esposa, mis perros y mis pasatiempos. El consuelo de los tontos, esperar la inalcanzable jubilación, para después deprimirme por ello, por sentirme improductivo....

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